El suicidio se encuentra entre las diez causas de muerte más frecuentes en el mundo.
“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el santuario de Dios, Dios lo destruirá a él; porque santo es el templo de Dios, que sois vosotros.” 1 Corintios 3:16-17
El pasado 10 de septiembre se conmemoró el Día Mundial de la Prevención del Suicidio, una campaña creada para que el tema sea debatido de tal forma que las personas con tendencia al auto-exterminio sean disuadidas de desistir de sus intentos. El suicidio se encuentra entre las diez causas de muerte más frecuentes en el mundo. Un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que unas 800.000 personas se suicidan cada año.
El suicidio es una de las grandes tragedias que afectan a todos los estratos sociales, sin distinción de sexo, profesión, edad o religión. Algunos estudios relacionan el suicidio con trastornos mentales, trastornos de la personalidad, pérdida, consumo de drogas, opresión maligna, problemas financieros, aislamiento y depresión, una enfermedad relacionada con el 30% de las muertes según la OMS. Según estudios del Ministerio de Salud, solo en Brasil, 11.000 personas se suicidan cada año. Los datos son tristes y lamentables.
Sin embargo, como cristianos, debemos abordar este grave problema. A nivel mundial, según la OMS, los casos de suicidio han aumentado alrededor de un 60% en los últimos 50 años. Dios no permite ningún suicidio, todos son inspirados por el diablo, que vino a matar, robar y destruir. Por lo tanto, el suicidio sigue siendo un pecado grave contra Dios. A pesar de las causas psicológicas que provocan el suicidio, nada lo justifica, porque no hay circunstancia que pueda llevar a alguien a quitarse la vida, especialmente a un cristiano. Es fundamental que las personas que tienen angustia mental reciban ayuda, tanto médica como espiritual.
La vida a los ojos de Dios es muy preciosa y necesita ser cuidada, respetada y valorada. Dios pensó que valíamos el sacrificio de Jesús, su Hijo unigénito, quien derramó su vida por nosotros. Esta es la prueba más grande de que el Señor nos ama y estuvo dispuesto a pagar el precio para que fuéramos rescatados y tenernos de nuevo en sus brazos.
Eres obra de Dios, un tesoro valioso, por lo que no puedes destruir tu vida, por la cual el Señor Jesús pagó un precio muy alto. Es necesario entregarlo todo a Dios, porque sólo Él es el remedio más cercano para la cura de nuestras angustias. Dios nos ha hecho una obra de valor único. No pierda su vida.
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